Carrusel

Mis recuerdos del carrusel de la feria eran más cursis. En algún momento ese juego mecánico dejó de ser una imagen infantil para convertirse en un sueño con atmósfera de miedo. Me alegra que Thelma haya aceptado ir a la feria del Río Santa Catarina este sábado. El plan era tomarnos fotos entre los caballitos del carrusel. Apenas llegamos y me impresionó encontrar un grupo de niños en su miniautobús de los nuevos Juegos Manzo -la misma empresa que perdió sus anteriores juegos mecánicos durante el Huracán Gilberto. Pueden ver las fotografías en el café Nuevo Brasil, Washington y Zaragoza-.
Ahora el carrusel que estaba al centro de la feria no tenía más que luces incompletas. Las muecas de esos caballos parecían acordes a un dolor cada vez que rechinaban sus fierros.
Los de la otra orilla se ven más bonitos, dijo Thelma.
Y ahí vamos al extremo contrario del lugar, encontrando en una orilla al otro carrusel, con unos caballos a los que les faltaba una pata, y otros con la pintura removida, hinchada por humedad. Tiré mi vaso de champurrado y no me quedaron más ánimos que seguir a Thelma a que se comprara un paquete de churros -ella también andaba sensible, con una servilleta en la nariz pero echándole la culpa al frío. Excusas, excusas-.
Fue una noche tan emocionante como triste. Arriba de los puentes, aficionados a los rayados del Monterrey caminaban a la Macroplaza para festejar un triunfo. Aquí abajo, un pretencioso malintentó recuperar sus recuerdos ochenteros.