Un negocio de revistas

Me comenzaron a comprar cómics antes de que aprendiera a leer. Nunca me causaron la menor gracia esos del Pato Donald y su mala suerte con Daisy. Para malasuertes las del Pato lUcas, aunque prefiero verlos en tv. Necesitaba cosas que no encontrara en la pantalla de la sala de mi casa. Eso eran justo los territorios de tres grandes ciudades: Metrópolis, Ciudad Gótica y Nueva York.
En la primera vivía, por supuesto, Clark Kent-Supermán; en la segunda Bruno Díaz-Batman, y en la tercera la mayoría de los superhéroes de Marvel.
Los domingos no fueron para mí propiamente el día que me daban dinero. No a los cuatro o cinco años de edad. Pero eso sí, me llevaban a un puesto de revistas usadas en la esquina de Hidalgo y Juárez. Ahora está un pasillo de locales llamado Paseo Colibrí. Les falta algo, sí. Ese puesto con montañas de papel en lugar del negocio de jugos y licuados.
Cada vez que paso por allí hago una mueca. Creo que es un síntoma de que a veces odio el presente, con sus cosas muertas y desaparecidas.
Una vez me compraron en ese lugar un cómic llamado "Defenders". Eran varios personajes de Marvel pero hablando palabras raras, no entendía nada si no era porque desde antes de leer explicaba las acciones.
-Creo que esta revista está mal -dije a mi madre.
No tenía la mínima idea de que esos personajes no eran de mi ciudad. Que originalmente hablaban otro idioma y no eran tan parecidos a mí como creía.
Pero carajo, no puedo evitar la rara sensación de que ahora entiendo menos -mucho menos- todo lo que pasa.