Amor perdido

Las plazas son para dormir, ver correr a los niños y, si no estás con tu pareja, ser aplastado la maldita soledad. Estabe en el lobby de un hOtel en Veracruz. Mis compañeras y compañeros becarios del FONCA -Conaculta- se fueron a las diez y no se me ocurrió de otra que hacer el checkout.
Carajo. Y el avión salía hasta las 4 de la tarde.
Estaba solo. Había perdido la oportunidad de estar con frente a las gesticulaciones de Adán Echeverría cuando hablaba de los jóvenes escritores sin conciencia política, la música de mambo que Tanya ponía en su lap top, los pasos, pequeños brincos con que Gabriela Conde bailaba sin caer de sus tacones, Memo hablando de lo caro que es hacer cine, Jesús Mario diciendo que me regalará un dvd de su película ASÍ, cosas de esas que a uno lo hacen sentir querido por un rato, antes de disolverse.
Pero luego se va el camión, y uno mira desde la ventana de su cuarto la manera en que van abordando uno por uno. Pienso que nunca más los volveré a ver a todos reunidos, juntos.
Ese rugido nos hace sentir que luego de las cervezas, las lluvias cuando uno sale de una fiesta y se queda a medio camino rumbo al hotel, varado sin que los taxis se detengan, los comentarios sobre lo que uno escribe o piensa, todos con quienes compartes algo, todo está hecho para ser un amor perdido.
Las plazas son para dormitar si ya te has salido del hotel, y te has desvelado, y piensas qué carajos haces lejos de alguien que pueda abrazarte, sonreir cuando bebes una cerveza o un café.
Cómo duele ser tan querido y sentirse muy muy jodido, como si el estómago se volviera una uva pasa. Tan querido que uno no puede hacer lo suficiente.