El rostro de un muerto

Vi el rostro de José Javier más tranquilo que nunca. Entre sus llegadas de madrugada y sus partidas de mediatarde, siempre un día a la semana, no habíamos tenido oportunidad de compartir un momento así, tan entre nosotros dos, tan de contemplación. Pude contar los segundos en que un insecto salió de una de sus fosas nasales y caminó sobre las mejillas maquilladas de un rosa exagerado, para finalmente introducirse entre las pestañas de ese muerto.
José Javier ya no respiraba. Yo, enfundado en esa chamarra de piel dura, tenía la sensación de que en cualquier instante también dejaría de respirar.
Yo era el hijo menor. Sentía sobre mi espalda las miradas de quienes me veían ahí, frente al féretro de mi padre.
Yo era un hijo vagabundo. Me reencontré con mi padre varias veces, visitando su tumba en Linares. Caminando desde los rieles hasta pasar de largo la capilla Del Ángel. Esa donde lo habíamos velado.
La tumba era compartida con su madre y la hermana mayor.
Resulta curiosoque el rostro de un muerto pueda ser una de las imágenes que recordemos con mayor afecto.