La nostalgia y la Biblioteca Central
I
Fue en la Biblioteca Central Fray servando Teresa de Mier, ubicada en la Macroplaza (Zuazua y Matamoros) donde estuve en uno de mis primeros talleres literarios. Allí conocí al buen Pedro López que escribía poesía y después me pasó música de Jaime López, Real de 14 y la Revolución de Emiliano Zapata. Buen rock mexicano underground. Después se fue a trabajar a la revista OFICIO y por último a Armas y Letras en la universidad. Me decían que ya se la pasaba echando pestes del ambiente literario local. Esto me parece justificable. Lo que no me parece justificable es que de pronto haya desaparecido, como si esto de la escritura no hubiera sido más que mero capricho.
Arnulfo Vigil, director de la Revista OFICIO, dice que a veces contesta el teléfono y la voz de Pedro López le dice: Todavía te amo, y de inmediato cuelgan.
El coordinador del taller literario era Felipe Montes. Bueno para entretener con sus dinámicas. Los integrantes eran Vicky (que después tomó asesorías privadas con Sergio Cordero y hace unas semanas la vi en el Café Lefod en una lectura), Lorena (una ingenua solterona que nunca se dejó caer en mis garras), Ricardo Valades (que ahora está infelizmente casado y no deja de molestar en este y otros blogs), un tal Lucas (hermano de Yazabel, una amiga que dejó de hablarme al convertirse al cristianismo), el mencionado Pedro, y yo.
II
Una vez intenté coordinar un taller literario allí. Fue años después del taller de Felipe Montes. Habrá durado un año, si acaso.
III
El pasado miércoles 18 de marzo fui a la biblioteca a presentar un poemario de Ana Bertha Gómez. El lobby me pareció más impresionante, más grande, gigantesco, como si con el tiempo hubiera obtenido la capacidad de poder mirar con unos ojos más abiertos. Ahora l ocomprendía, carajo: Era la Biblioteca Central del Estado. La Biblioteca de todos. El lugar donde cualquiera hubiera podido entrar a un taller literario y mucho mejor, cualquiera hubiera podido coordinarlo.
Ahora le tcaba también ser el lugar, donde un cualquiera (oséase yo) presentaba un libro de poemas. ¡Caramba! No sé si exista una justicia en el mundo o un equilibrio universal. No sé si uno se gana méritos.
Sólo sé que cuando uno puede notar que el tiempo ha pasado, se siente un poquito de tristeza. Está bien, digámosle nostalgia y ya.
Fue en la Biblioteca Central Fray servando Teresa de Mier, ubicada en la Macroplaza (Zuazua y Matamoros) donde estuve en uno de mis primeros talleres literarios. Allí conocí al buen Pedro López que escribía poesía y después me pasó música de Jaime López, Real de 14 y la Revolución de Emiliano Zapata. Buen rock mexicano underground. Después se fue a trabajar a la revista OFICIO y por último a Armas y Letras en la universidad. Me decían que ya se la pasaba echando pestes del ambiente literario local. Esto me parece justificable. Lo que no me parece justificable es que de pronto haya desaparecido, como si esto de la escritura no hubiera sido más que mero capricho.
Arnulfo Vigil, director de la Revista OFICIO, dice que a veces contesta el teléfono y la voz de Pedro López le dice: Todavía te amo, y de inmediato cuelgan.
El coordinador del taller literario era Felipe Montes. Bueno para entretener con sus dinámicas. Los integrantes eran Vicky (que después tomó asesorías privadas con Sergio Cordero y hace unas semanas la vi en el Café Lefod en una lectura), Lorena (una ingenua solterona que nunca se dejó caer en mis garras), Ricardo Valades (que ahora está infelizmente casado y no deja de molestar en este y otros blogs), un tal Lucas (hermano de Yazabel, una amiga que dejó de hablarme al convertirse al cristianismo), el mencionado Pedro, y yo.
II
Una vez intenté coordinar un taller literario allí. Fue años después del taller de Felipe Montes. Habrá durado un año, si acaso.
III
El pasado miércoles 18 de marzo fui a la biblioteca a presentar un poemario de Ana Bertha Gómez. El lobby me pareció más impresionante, más grande, gigantesco, como si con el tiempo hubiera obtenido la capacidad de poder mirar con unos ojos más abiertos. Ahora l ocomprendía, carajo: Era la Biblioteca Central del Estado. La Biblioteca de todos. El lugar donde cualquiera hubiera podido entrar a un taller literario y mucho mejor, cualquiera hubiera podido coordinarlo.
Ahora le tcaba también ser el lugar, donde un cualquiera (oséase yo) presentaba un libro de poemas. ¡Caramba! No sé si exista una justicia en el mundo o un equilibrio universal. No sé si uno se gana méritos.
Sólo sé que cuando uno puede notar que el tiempo ha pasado, se siente un poquito de tristeza. Está bien, digámosle nostalgia y ya.
1 palabra de urbanodonte:
cierro los ojos y paso mis dedos encima. me gustan los libros de braille.
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